viernes, 2 de octubre de 2015

El Sínodo de Obispos que viene



Nos acercamos al inicio de la próxima asamblea ordinaria del Sínodo de Obispos, esta vez dedicado a la familia. Y para ello, conviene que le demos un repaso al instrumentum laboris para darnos cuenta de lo que verdaderamente se busca en este gran acontecimiento eclesial.

Lo podemos dividir en dos bloques, uno la tarea que debe ser capaz de afrontar la misma Iglesia. A ella y, en definitiva, a cada uno de los que la formamos se nos pide que sepamos valorar la importancia de la familia para la vida de la Iglesia y de la sociedad. Los cristianos tenemos que recuperar el valor de la acogida, de la ternura, de la importancia de tener presentes los problemas de los hermanos que viven a nuestro alrededor y que no son problemas individuales sino que tienen su incidencia en la familia. Esto nos lleva a recordar que la Iglesia es universal y las familias cristianas tienen problemas distintos, ya en el contexto europeo, americano, africano y, sobre todo, en el medio oriente donde el problema del islamismo extremo está condenando a muerte a familias enteras por el mero hecho de ser cristianos o, como sucede en Siria y en algunos países africanos, al abandono de sus hogares, de su tierra y de su historia.

La comunidad eclesial no puede permanecer indiferente ante el maltrato que sufre la mujer en muchos países, donde ellas son las que llevan todo el peso de la familia, la educación y manutención de los hijos. Para ellas, la Iglesia debe ser un lugar de esperanza y, sobre todo, de justicia.

Unido a ello, las propias familias necesitan hacerse visibles en el mundo y, sobre todo, desde el ambiente eclesial. Se pide a las familias que recuperen el papel de educadoras en todos los niveles empezando por el de la afectividad en el cual se hará posible la creación de un cuerpo que sepa hacer frente a la cultura hedonista del “todo vale”. Si hay disfunciones afectivas y sexuales en nuestra sociedad es porque la familia ha relegado la formación afectiva de sus miembros a otras instituciones ajenas a la familia.

Además, desde las familias, se debe cuidar la preparación y formación a los sacramentos de iniciación cristiana, desde ellas y como tarea, todos sus miembros, deben vivir la fe y crecer en la vivencia de la misma.

Para ello, se necesita la formación y preparación de aquellos que se acercan al matrimonio y una preparación que no se conforme con la preparación próxima al sacramento que, en muchas ocasiones, está excesivamente condicionada al momento ya prefijado de la celebración, sino más bien una preparación remota que tenga su origen en la preparación a los sacramentos de iniciación, que continúe con la preparación próxima y, muy a tener en cuenta, una preparación que tenga presente el acompañamiento de los matrimonios jóvenes que se ven en dificultades al poco tiempo de celebrar el sacramento del matrimonio. De esta forma, estaremos formando familias cristianas que revitalicen la vida de la Iglesia y sobre todo su presencia en la sociedad, al fomentar el asociacionismo católico.

Por último, se recuerda a los Padres sinodales la importancia que siempre han tenido las familias en las vocaciones tanto a la vida sacerdotal y consagrada, el vocacionado se debe sentir acompañado por sus familias y, sobre todo, se debe fomentar la relación con el mundo femenino, lo cual ayudará a una formación completa en una afectividad bien asumida.

En definitiva, el Sínodo no sólo reflexionará en torno a la situación ante los sacramentos de los divorciados vueltos a casar, -de lo que ya hemos hablado en un post anterior-, ni tampoco únicamente sobre la agilidad de los tribunales a la hora de estudiar las causas de declaración de nulidad matrimoniales. 

Sino que, un Sínodo sobre la familia en estos tiempos, es necesario para revitalizar la familia, redescubrirla como ámbito para vivir la fe y educar en la misma a sus miembros y, sobre todo, para que, recuperando los valores propios de esta, sea capaz de volver a ser célula de la sociedad y engendradora de nuevos criterios de actuación de los hombres y mujeres de nuestro tiempo donde la acogida y la solidaridad sean los elementos claves que lleven a un mundo más justo y lleno de esperanza, aportados desde la comunidad católica.

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